Escribe Jorge Andrés Cash*
“Muchos entendemos la discusión de una nueva Constitución, como la posibilidad de encauzar el momento hacia un proceso de revisión profundo de los valores que inspiran nuestras bases institucionales, impulsado a través de los cauces normativos que se definan y con la participación efectiva y no meramente simbólica de todos los sectores sociales.”
Cómo proponer salidas institucionales audaces, representativas del sentir ciudadano y de la nueva realidad social sin caer o sucumbir al populismo, es probablemente uno de los desafíos más complejos que enfrentan quienes deben hablarle al país desde el centro político y desde una visión equilibrada, gradual y armónica de los cambios sociales.
En este sentido, ha sido posible constatar, cómo dentro de las distintas salidas institucionales que se han propuesto para encauzar el movimiento social, se levanta cada vez con más fuerza, la necesidad de generar una nueva Carta Fundamental.
Dicha alternativa, para algunos populista, destemplada, desproporcionada hasta innecesaria -por no justificarse técnicamente su modificación o sustitución para realizar transformaciones profundas-, significa para otros, algo mucho más profundo que cambios a las reglas políticas o económicas.
Representa más bien, el fin de la transición, sobre la base del perdón pero nunca del olvido, como también simboliza, la posibilidad de construir un nuevo pacto social que nos impulse hacia un salto espiritual profundo en nuestra sociedad, destinado a garantizarle dignidad y respeto a los más desposeídos, seguridad y esperanza a la clase media y en que la justicia social penetre el alma de los más favorecidos.
De esta manera, no se trata sólo de una transformación a las reglas políticas o económicas del país. Se trata de un cambio espiritual de la sociedad en su conjunto.
En este sentido, muchos entendemos la discusión de una nueva Constitución, como la posibilidad de encauzar el momento hacia un proceso de revisión profundo de los valores que inspiran nuestras bases institucionales, impulsado a través de los cauces normativos que se definan y con la participación efectiva y no meramente simbólica de todos los sectores sociales. Sólo así creemos que será posible construir nuevas décadas de estabilidad y progreso para el país.
En consecuencia, no parece ser excusa pertenecer al centro político o poseer determinada identidad doctrinaria, para abstenerse o temerle a una discusión de tal envergadura. Sin embargo, para que dicho proceso sea exitoso, se debe creer profundamente en la Democracia y en la capacidad que ésta tiene de proveer los mecanismos e instrumentos necesarios que nos permitan construir unidos los pilares espirituales sobre los cuales se cimienten las bases políticas, económicas, sociales y culturales, que nos trasladen en paz y armonía a una nueva era para Chile. A eso está llamado hoy el centro político.
*Presidente Nacional Juventud Demócrata Cristiana
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